sábado, 9 de octubre de 2010

EL LIBRO SE SIGUE ESCRIBIENDO


150 páginas en un libro ya es demasiado para un típico lector latinoamericano que no está acostumbrado a ese hábito. Suspender todo tipo de actividades para entregarse al silencio y la concentración que demanda la atención de las páginas, para algunos termina siendo un suplicio.

En Colombia, según estadísticas entregadas por la Cámara del Libro, menos de 15 millones de personas leen un libro por año, lo que deduce que más de 25 millones de colombianos no saben que es devorarse ni uno solo.

Las cifras son preocupantes y el panorama parece dejar en crisis a una industria que en el inicio de una recesión económica está buscando alternativas para continuar a flote y atraer a apáticos lectores.

El problema pasa por diferentes estadios de una sociedad que no ha tomado conciencia por crear un amor por las letras y que en ese sentido acentúa aún más un statuo quo alimentado en la lejanía de los libros.

LAS LETRAS QUE NO SE LEEN

El Ministerio de Educación publicó en 2007 el resultado preocupante de un estudio realizado por la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), en el que el país ocupó el lugar 30, de 35 en Latinoamérica, en nivel de lectura de sus habitantes.

Los datos generaron un intento de cambio desde el gobierno nacional, que creó el Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas para incentivar, a través de diferentes grupos focales, un interés por los libros. Sin embargo, el proyecto fracasó en muchos flancos.

Si bien el Ministerio pretendía mejorar los niveles de las bibliotecas existentes y crear nuevas para incrementar la estadística promedio de lectores del país, los objetivos trazados no tuvieron éxito y Colombia siguió estando en un nivel por debajo del de muchos países de la región.

“Quisiéramos llegar a que cada habitante se leyera en Colombia cuatro libros por año”, afirmó Moisés Melo, presidente de la Cámara Colombiana del Libro. Sin embargo, la cifra es de lejano cumplimiento y “requiere un cambio radical en las políticas educativas del país”, agregó.

Para 2009, el Plan del gobierno planteó que los colombianos en un año se leyeran 5 libros, pero la política siguió sin ser efectiva. Según un estudio concertado por el DANE con Fundalectura y el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina, el promedio de lectura fue de 0,72 textos por año.

Sin embargo, lo más alarmante aún es la falta de interés de muchos que tienen la oportunidad de acceder a las bibliotecas públicas, incrementadas con el Plan del Ministerio, pues sólo el 19% de los encuestados por el DANE lo hacen.

Los colombianos no quieren leer, pues los otros medios, más facilistas que el de las páginas impresas, han venido a entretener a un público con contenidos en ocasiones anodinos, que en el 2000 dedicaba aproximadamente 43 minutos diarios a leer y hoy sólo 32.

UNA EDUCACIÓN MEDIOCRE

“El fetiche mío es tener libros, porque puedo leerlos una y otra vez, para de algún modo escapar de la realidad…”, cuenta Camilo Muñoz un ferviente lector que estudia Derecho en la Universidad de Caldas. Pero no hay muchos como él; son pocos los discentes que ven en la lectura una verdadera pasión.

Cumplir con un logro académico es la principal motivación -y obligación- que tiene un estudiante colombiano para tomar un libro, apartarse de la distractora realidad mediática en la que vive, y concentrarse en él.

Para Camilo, la crisis está en la educación que desde la primera infancia les imparten a los estudiantes, él asegura que no se crea un hábito por el leer. “Deberían aprovechar las edades más tempranas para fomentar las lecturas, así sea de cuentos pendejos como Escalofríos. Eso, de cualquier forma, terminará creando interés por los libros”.

La encuesta del DANE sobre preferencias lectoras señala que en el 40% de los hogares no comparten los textos con los menores, la tradición de la lectura del cuento se ha ido perdiendo. “La premura del tiempo, el estrés con el que se está moviendo el mundo, deja pasar todo por alto y espacios como ése para estar con los niños y despertarles ese interés por el mundo literario ya no existen”, opina Inés Arango, madre de una menor de 5 años.

Paradójicamente, el 90% de los menores encuestados coinciden en contestar que su lugar preferido para leer es el hogar, pero allí más de la mitad respondieron que no tienen libros y al no acceder fácilmente a una biblioteca, terminan realizando otras actividades. “¿Cuál es la forma más fácil de entretener ahora a un niño?, sencillamente la televisión y con ese error uno cree que tiene todo solucionado”, añade Arango.

Los colegios no ayudan, pues en Manizales son pocas las instituciones que crean en sus alumnos un hábito continuo de lectura. Sólo en colegios como el San Luis, Colseñora y Granadino hay una disciplina mensual para leer un libro. “Este negocio se hace de esas instituciones, donde a los muchachos desde pequeños les enseñan a hacerlo por gusto, no por obligación”, cuenta Gloria Giraldo gerente comercial de la librería Palabras.

Y si bien el problema puede provenir desde los primeros años, el interés de los gobiernos no ha contribuido a mejorar la calidad educativa. El hecho de que para 2010 se haya decidido invertir más en Defensa que en Educación, significa un retroceso y una posible pérdida de valiosos recursos para dotación de bibliotecas.

En las universidades, los estudiantes conscientes protestan por la disminución de dineros para sus instituciones, lo que tiene como consecuencia una más baja calidad educativa; las clases se nutren de los textos de autores, pero muchas universidades parecen haberlo olvidado.

“Leer un solo capítulo es limitar la profundidad de un texto”, declara Emel Orozco, propietario de Leo Libros; y eso es lo que precisamente están haciendo las universidades, piden fotocopias de capítulos seleccionados de un libro, para tratar un tema someramente. Ahí está una de las fallas vertebrales de la educación nacional.

Mientras esa lógica continúe, si se siguen leyendo pedazos descontextualizados de los textos de autor, la educación que se siga impartiendo en Colombia no dejara de ser mediocre.

LA ÚLTIMA PÁGINA DE LAS LIBRERÍAS

La era Gutenberg ha muerto. Fue la frase de muchos cuando hace unos años empezó a circular en Internet un libro de Stephen King publicado exclusivamente por ese medio. En ese momento la editorial que lo difundió, Simon & Schuster, cobró 2,5 dólares por su acceso.

Hace unos meses Ignacio Polanco Moreno, nuevo presidente de Prisa vaticinó que el apagón del medio impreso está a menos de 20 años, con lo que recalcó que el portal de su periódico El País, está en busca de mejoras para esta plataforma.

Puestas las cartas sobre la mesa, la bomba de tiempo para las librerías parece haberse activado por estar a menos de dos décadas de cerrar sus puertas. Sin embargo, en los principales negocios de estos en Manizales aún no hay alarma.

Los propietarios de las librerías de la ciudad coinciden en reconocer que si bien ha habido factores que inciden en la merma en ventas, creen que aún el lector valora mucho el texto físico en sus manos y que, contrario a Polanco, ven lejos el fin de los impresos.

“Me encanta el olor de las páginas de un libro nuevo, ahí está gran parte de su esencia”, cuenta Cristian Echeverry, estudiante y empleado de la librería Libélula. “Nadie quiere leer en una pantalla. El lector que se respete le gusta portar su texto y manipularlo y frente a un computador difícilmente lo puede hacer”, agrega Gloria Giraldo de Librería Palabras.

Para ella es quizá actualmente la piratería el principal problema que tienen que enfrentar el tipo de negocio en el que trabaja. “Es difícil competir contra precios la mitad más bajos con lectores que no son conscientes del trabajo de editores y escritores”, afirma Giraldo, quien dice no entender por qué motivo comprar un libro de mala calidad, deshojado y con letras fácilmente borrables.

Sin embargo, para otros independientemente de las tecnologías y la piratería existe otro problema de fondo que causa el debacle literario. “El libro no está en crisis, la que lo está es la lectura, porque nos acostumbraron a lo fácil y a no cuestionar y disentir a partir de un texto”, opina Jorge Vallejo escritor y profesor de la Universidad del Valle.

Por ahora no se puede pasar la última página de las librerías y editoriales, aún se está escribiendo, pero son los que la lean los responsables del destino del mágico hábito de la lectura.

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