jueves, 15 de octubre de 2009

REPORTAJE//MANIZALES Y SUS DIOSES

 Fue hace unos años, pensando en la Universidad y en la carrera que escogería, que se cruzó por mi mente el nombre de Manizales. Sólo cuatro visitas en mi vida eran el respaldo para conocer la llamada ciudad universitaria.

 Los mitos regionalistas no se demoraron en transmitirme cuando dije que viviría a tres horas de mi casa, en la ciudad de las tres F: una provincia fría, fea y falduda. Estudiaría, pues, en un pueblo grande al que tachan de toma trago, elitista, conservador, fanático del fútbol y los toros, cafetero y excesivamente religioso. Como no soy amigo de los prejuicios, sólo me dediqué a descubrir.

 La Manizales que conocí sí es fría, con una temperatura baja, un aire helado y unas lluvias que de vez en mes cuando caen, y no hay paraguas, emputan. Y es quizá ese clima, que produce colores parcos en el ambiente y deprime en los días más inútiles, lo que hace ver impasible y fea la ciudad. Pero el ánimo de la mayoría que uno se topa en la calle y uno que otro trago de Aguardiente Cristal quitan esa percepción de inmediato, lo llevan a uno al goce.    

 De ahí para adelante nada es ignoto. Es típicamente manizaleño decir que se vive en una sociedad elitista (a los pobres los quieren esconder o ellos se camuflan). Los toros y el fútbol son, en el papel, el opio del pueblo (el primero más elitista que el segundo). Lo coyunturalmente conservatizado de Colombia, en Manizales desde siempre ha existido (su periódico es azul por el partido godo) y en sus alrededores el olor del aire está provisto de café.

 Todo eso no me impresionó comprobarlo. Lo que sí, fueron dos cosas: sus faldas (esas calles empinadas, interminables y agotadoras) y la religiosidad viva de su gente. Los llamados, las gracias y los pedidos a unos dioses (los que sean), se emanan en cualquier lugar desde los 2.150 metros de altura a los que está la ciudad de los patifríos

Las cúpulas arañan el cielo:

Hay algo que caracteriza a Manizales desde la panorámica vista que hay junto a la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario en Chipre, y es la cantidad de templos que se propagan por toda la ciudad. Desde la altura vigilante se alcanzan a ver la Catedral Basílica, el Templo de la Inmaculada Concepción, la Iglesia del Sagrado Corazón (los Agustinos) y con vista de águila y ayuda de binóculos otras cuantas se agregan a la lista, como la emblemática de Fátima.

 Todos los anteriores son templos católicos, el paradigma religioso de la ciudad. Sin embargo, sus competidoras existen; las iglesias cristianas, protestantes o pentecostales, ganan cada día más adeptos e instalan nuevos centros religiosos.

 En cifras del grupo de investigación Prospección Etnográfica del Cambio Religioso de la Universidad de Caldas, en Manizales más del 5% de sus habitantes son protestantes, la mitad de la estadística nacional, pues según El Tiempo el 11% de colombianos son protestantes, muy lejano del 81% de católicos predominantes en el país. 

 Luz Marina Ávila, una robusta ama de casa que vive en Campohermoso, es una activa religiosa de ese porcentaje católico. Con camándula en mano repite cuantos padrenuestros y aves marías necesite para rezar los cinco misterios de su rosario, la previa para llegar a misa en la Iglesia de los Agustinos.

 Esta católica de 52 años tiene en su mente el discurso religioso. Cree fervientemente en lo que la Biblia, le instituye como ley y modelo de vida. La mujer se atreve a polemizar y termina afirmando que cree más en la obra cristiana que, por ejemplo, en la Constitución Política de su país. “No es más que una arandela de mentiras (la Carta Magna), la verdadera solución está en encomendarnos y rezar”.

 Las sospechas de fanatismo que tenía sobre ella se confirman más. La señora Ávila, quien dice cumplir con los diez mandamientos  y evita caer en algún pecado capital, cree aún que la Iglesia es la única salida a “la maldad humana que está creciendo”, para ella son los curas, desde sus púlpitos, quienes pueden iluminar al mundo.

 Dejo a la cuasi fanática católica y ceso mis dudas sobre su religión. Pero sus menciones sobre los sacerdotes como adalides del mundo me quedan retumbando y termino sucumbiendo. Camino unas cuadras por el agitado comercio informal de la bohemia ciudad y quedo frente a la réplica de la Iglesia Ermita de Cali, los Agustinos.

 El estilo neo-gótico de su exterior y sus lujos al interior me recuerdan un grupo en Facebook que pide cambiar tesoros del Vaticano por comida para África. Autocensuro mi crítica y mejor recorro el templo, quiero hablar con el párroco, pero a las estatuas romanas de la iglesia sólo las acompañan tres feligreses.

 Sigo en busca del adalid de Luz Marina y seguro de encontrarlo voy al despacho parroquial. Una mujer, algo tosca y sin mucho interés por atenderme, sólo me dice que el sacerdote no está; mientras echa, con el mismo malgenio, a un habitante de la calle que llegaba a pedir pan, como llaman los católicos a la comida.

 En ese momento para mí la mujer fue toda la iglesia. Y si ni siquiera pudo suplir esa necesidad alimentaria, ¿cómo pretende ser la guía de un nuevo mundo? Ahí fue cuando pensé que muy seguramente lo poco que hace el clero en la pre-moderna Manizales es censurar actividades liberales, como Expoerótica, porque al arzobispo Fabio Betancur le parecía pecado.  

Mi dio’ le pague por el alcohol:

“Pa’ este frío lo mejor es un aguardientico”. Ésta la frase que crearon los ancestros cafeteros y transmitieron a sus herederos, los cada vez más toma-trago. El hecho de que aquí haya una industria licorera departamental, y que se produzca uno de los mejores rones del mundo, no nos es indiferente a los jóvenes. En fiel obediencia a la famosa canción de la banda pereirana La Iguana, la cita es para beber, beber, toda la noche sin parar.  

 Y como en los últimas fines de semana, con aguardiente en mano, empiezo a levantar el codo y tomar guaro, esperando qué depara la rumbera noche de viernes. El Cristal se ha convertido en mi dios del licor, fiel compañero y guía en momentos de fiesta. Aunque tampoco para instituir una religión, como muchos osados dicen apoyar en pro de bendecir el preciado líquido. 

 El Antioqueño, mi otrora aguardiente preferido, ha pasado a segundo plano. Ese buda fue remplazado por un Cristo llamado licores de Caldas, que en Manizales se consumen desbocadamente. Y las cifras lo confirman, pues la Industria Licorera de Caldas (ILC), a pesar de ser de región pequeña, vendió en 2008 más de 124mil millones de pesos y se ubicó como la tercera en su sector, después de la Fábrica de Licores de Antioquia (con 212mil millones) y la multinacional Diageo (con 164mil millones).

 Todo deja en evidencia el alto grado de alcohol que se consume en la provincia de los nevados. La santísima trinidad de la ILC es aclamada por los feligreses del alcohol. El todopoderoso en la ciudad es el Aguardiente Cristal, aquel que patrocina al equipo del alma y el que se toma en cada esquina. Su hijo, el Ron Viejo, es el que se va de la tierra para encontrar prestigio y el sustento del 70% de las ventas de la Licorera, el viejo creó una religión ieleciana. Y por su puesto, el espíritu santo es la joven y abstracta figura del no-guayabo del Cristal sin Azúcar.

 La noche sigue y una y otra copa hacen efecto. Entre 8 personas nos tomamos dos cajas del todopoderoso. Ya es hora de fiesta. Estoy en El Cable, que sumada a El Tablazo, Chipre y Milán, conforman las zonas rosa instituidas en Manizales. Desde allí los otros siete definen que ese día habrá Perreo a poca luz, el nombre de la fiesta esa noche en Mi Dio’ le pague, y allá terminamos.

 El sonoro nombre de Mi Dio’ le pague, uno de los nuevos sitios de rumba de la ciudad, tiene mucho que ver con la tradición y la historia de la ciudad. Tomamos un taxi y pagando 5mil pesos estamos allá, frente a una discoteca disfrazada de casa vieja tradicional. Ésas donde los arrieros, potentados machistas, llegaban cada noche a pedirle comida a su esposa.

 Así, inspirados en el todopoderoso (no el aguardiente) decían simplemente y con abreviación: mi dio’ le pague; encomendados, como siempre, a quien cada domingo en una iglesia le rezaban. Pero esa noche el sentido ha cambiado, lo último que se va a hacer es rezar.

 Para muchos es lujuria, para otros actos desmedidos y para unos cuantos, pura diversión. Pero lo que dio’ nos paga esa noche es la buena fiesta que disfrutamos en la discoteca, alejada de la civilización, donde, si se quiere, el pecado está presente. 

El Once, pasión y religión:

En la futbolera Manizales, hay muchos que piensan que el mejor plan de cada domingo (algunas veces para pasar guayabo) es ir al ya histórico Estadio Palogrande para ver jugar al Once o en su defecto, verlo en la pantalla chica.

 Los que asisten cada semana al coloso de la 62, como lo apodaron desde los micrófonos radiales los muchos periodistas deportivos que ha dado Caldas, van seguros de disfrutar un buen espectáculo en uno de los mejores estadios del país. El Palogrande, fundado en 1994 alberga a más de 45mil espectadores y le gusta vestirse siempre de blanco, aunque no llena graderías.

 Su hinchada fiel, la de Holocausto Norte, no para de criticar a los que llama once caldistas de resultados, esos que sólo pagan la boleta cuando se está en semifinales. Y es que los datos son pecaminosos para el más reciente campeón de la Mustang. En cada partido el público fijo es de 5mil a 6mil hinchas, sin contar que en el encuentro con Huila, sólo 852 almas cantaron, alabaron y pidieron favores (goles) en el templo Palogrande.

 Mientras un parroquiano del común besa su escapulario de la cruz cristiana y le pide a su Dios para desearle una victoria a su equipo, Gabriel Castro, un apasionado barrista, sólo agita su bandera blanca con una cruz negra, nada religiosa por cierto.

 “Es el símbolo del equipo, nuestros colores, nada que ver con cristos ni dioses” sentencia extrovertido este ateo hincha quien lleva 8 años en Holocausto. Saltando al ritmo de los bombos y redoblantes que resuenan entre la avenida Santander y la Paralela en cada juego, él va camino al santuario futbolero embriagándose para entrar en ambiente y animar a su equipo.

 La fila es larga, la paciencia grandiosa, pero nada importa cuando se trata de ver a lo que considera más que una religión, una cultura, su Once Caldas. Su pecho lo cubre la casaca blanca del campeón de América de 2004, ésa para él es sagrada. “Los barristas seguimos al equipo, no a los jugadores, el único dios sería la camiseta”.

 Y ese dios se vende como pan caliente. Aunque su demanda y precio varían. En épocas de finales la gente se vuelca a comprar el todopoderoso del fútbol estampado con el patrocinio de su homólogo del licor. La prenda, más sagrada para unos que otros, cuesta en la Tienda del Once, 75mil pesos. Sin embargo, una muy parecida, pero sin hologramas de originalidad se consigue por menos de 20mil en el centro de la ciudad. Esta religión también es un negocio.

 Pero acá, más que en otras religiones no convencionales de Manizales, sí que existe el infierno. Ése que este semestre ha vivido el equipo de Javier Álvarez después de alcanzar la gloria. Las goleadas a manos de Pasto y Pereira han sido dolorosas, más la de este último el rival regional ¡qué humillación para un manizaleño!, derrotado con los que llaman pereiranitos 4 goles por 1.

 Y aunque sin fanatismos, Gabriel es racional y dice que el infierno con el Once es perder en enfrentamientos a compañeros de la hinchada, no se puede pasar por alto que la posición del campeón en la casilla 15, es en estos momentos el debacle de la religión blanca del fútbol.

Acá está el infierno:

El manizaleño elitista común prefiere que el foráneo no se mezcle con lo burdo de su ciudad, no le gusta mostrar la pobreza reinante y por eso tal vez fue que cayó tan bien el traslado de la terminal de transportes a un lugar donde no se tuviera que estar cerca de un sector tan deprimido como el de la Galería.

 Y es que allá hay un micro-mundo; una lógica económica, cultural y social diferente a la Manizales fría, cafetera, torera, etc. La gente se mueve agitada por el calor de la jornada -que no es fácil- así el día esté nubado. Esas imágenes de los barrios populares de India o África, son el ejemplo del movimiento en una galería, donde el campo se vende, en la que debe haber seguridad extrema porque no hay confianza en nadie y el robo puede ser una forma de ganar dinero fácil, así sea para comerse un pedazo de pan.

 Los hombres en sus puestos de trabajo: arregladores, venteros ambulantes o en sus puestos de verdura sólo esperan sacar el sustento diario para subsistir y mantener a sus hijos, quienes por falta de recursos estatales o por obligación de sus padres, terminan alejados de la educación, y aportando desde los 10 años a la economía de su casa.

 Pero las mujeres, ¡ay las mujeres! Son quienes más terminan sufriendo. Quizá indignas, muchas no lo piensan así, terminan vendiendo su cuerpo, teniendo sexo con aparecidos tipos desagradables para responder por sus hijos, su hogar o simplemente por ellas mismas.

 En una de las cuadras más desoladas de este sector están las residencias Mariscal. En la puerta hay dos o más mujeres (o no precisamente mujeres), con vestidos bastante insinuantes, ofreciéndome “hacerme lo que quiera” a cambio de máximo de 10mil pesos. Y eso que en medio del desespero dicen que “por 3mil pesos la mama’ita”. 

 ‘La Morena’ es una de estas, que a vista de vuelo de pájaro, sí parece mujer. Su voz me lo confirma. Por los 3mil no hace la felación, mejor la convenzo para que hable. Reacia cuenta su poco afortunada vida y en sus ojos se delata que en 35 años de vida, pocos han sido los momentos felices.

 Ella, de cabello rubio (tinturado), pero apodada ‘La Morena’ por sus compañeras, está segura que desde ya está en el infierno. “La puta vida que nos tocó a muchas es el infierno vivito acá” asegura con algo de rabia, pero aterrizada a su realidad.

 No cree en Dios, dice. De algún modo su profesión la ha vuelto más feminista porque se niega a rezarle a Jesucristo, pero no escatima en “pedirle a la virgencita que la proteja”. La alta morena ha dejado de lado todos “los muñecos”, como llama a las figuras religiosas. Ella cree que desde donde está: en la cama, en la puerta de las residencias a medianoche o antes de dormir, tiene el apoyo de la virgen María. Y quizá también de la Magdalena, a quien la Iglesia ha condenado en tachar como prostituta.

 Así que en el infierno en el que le tocó vivir, como condena previa del supuesto creador a unos cuantos humanos, esta morena poco se persigna, no va a misa, ni cree en milagros, aunque respeta la religiosidad de sus compañeras. Eso sí, a la sociedad manizaleña no duda en calificarla de “rezanderos de mierda”, en medio del resentimiento y la falta de oportunidades que le tocaron.  

La espalda a la cruz:

Salgo de la Galería con temor, tristeza y aunque dicen que es feo sentirlo, lástima por quienes han tenido vidas desdichadas y de alguna manera inhumana. La correría por la Manizales en frenesí y depresión impacta y eso que no llegué a los extremos de ver los estratos 6 y 7 que en la ciudad existen.

 Llegando a la Plaza Alfonso López, me topo de nuevo frente a la Iglesia de los Agustinos. La injusticia con la humanidad me hace mirarla con desdén y me reivindico con el ateísmo, poco me interesan las falsedades de nuestra religión. Pero pienso de nuevo, no tanto en el fanatismo de creer redentora a la Iglesia, sino viéndola como un faro necesario de la humanidad, y recapacito.

 En el fondo del pensamiento y del corazón sé que existe un Dios. Como se llame, como sea físicamente y en el lugar que esté; así sea en una botella, una estatua, una camiseta o en la imaginación. Los manizaleños decidieron, por tradición, creer en la religión de esa cruz que está al final de la cúpula.

Los respeto. Pero sin hallar respuestas ni soluciones al mundo en ese universo, prefiero dar media vuelta, darle la espalda a esa cruz y seguir mi camino recorriendo el mundo de la ciudad de las religiones no convencionales.