“Pa’ este frío lo mejor es un aguardientico”. Ésta la frase que crearon los ancestros cafeteros y transmitieron a sus herederos, los cada vez más toma-trago. El hecho de que aquí haya una industria licorera departamental, y que se produzca uno de los mejores rones del mundo, no nos es indiferente a los jóvenes. En fiel obediencia a la famosa canción de la banda pereirana La Iguana, la cita es para beber, beber, toda la noche sin parar.
Y como en los últimas fines de semana, con aguardiente en mano, empiezo a levantar el codo y tomar guaro, esperando qué depara la rumbera noche de viernes. El Cristal se ha convertido en mi dios del licor, fiel compañero y guía en momentos de fiesta. Aunque tampoco para instituir una religión, como muchos osados dicen apoyar en pro de bendecir el preciado líquido.
El Antioqueño, mi otrora aguardiente preferido, ha pasado a segundo plano. Ese buda fue remplazado por un Cristo llamado licores de Caldas, que en Manizales se consumen desbocadamente. Y las cifras lo confirman, pues la Industria Licorera de Caldas (ILC), a pesar de ser de región pequeña, vendió en 2008 más de 124mil millones de pesos y se ubicó como la tercera en su sector, después de la Fábrica de Licores de Antioquia (con 212mil millones) y la multinacional Diageo (con 164mil millones).
Todo deja en evidencia el alto grado de alcohol que se consume en la provincia de los nevados. La santísima trinidad de la ILC es aclamada por los feligreses del alcohol. El todopoderoso en la ciudad es el Aguardiente Cristal, aquel que patrocina al equipo del alma y el que se toma en cada esquina. Su hijo, el Ron Viejo, es el que se va de la tierra para encontrar prestigio y el sustento del 70% de las ventas de la Licorera, el viejo creó una religión ieleciana. Y por su puesto, el espíritu santo es la joven y abstracta figura del no-guayabo del Cristal sin Azúcar.
La noche sigue y una y otra copa hacen efecto. Entre 8 personas nos tomamos dos cajas del todopoderoso. Ya es hora de fiesta. Estoy en El Cable, que sumada a El Tablazo, Chipre y Milán, conforman las zonas rosa instituidas en Manizales. Desde allí los otros siete definen que ese día habrá Perreo a poca luz, el nombre de la fiesta esa noche en Mi Dio’ le pague, y allá terminamos.
El sonoro nombre de Mi Dio’ le pague, uno de los nuevos sitios de rumba de la ciudad, tiene mucho que ver con la tradición y la historia de la ciudad. Tomamos un taxi y pagando 5mil pesos estamos allá, frente a una discoteca disfrazada de casa vieja tradicional. Ésas donde los arrieros, potentados machistas, llegaban cada noche a pedirle comida a su esposa.
Así, inspirados en el todopoderoso (no el aguardiente) decían simplemente y con abreviación: mi dio’ le pague; encomendados, como siempre, a quien cada domingo en una iglesia le rezaban. Pero esa noche el sentido ha cambiado, lo último que se va a hacer es rezar.
Para muchos es lujuria, para otros actos desmedidos y para unos cuantos, pura diversión. Pero lo que dio’ nos paga esa noche es la buena fiesta que disfrutamos en la discoteca, alejada de la civilización, donde, si se quiere, el pecado está presente.
Qué buena evocación del sitiacho, siempre es que se pasa bueno allá.
ResponderEliminarPd. Qué lambonería con la ILC.
Carlos Vallejo
Interesante el transfondo cultural que describes pero es simplemente una mierda la descripcion de las discotecas
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