No quisiera redundar en la muerte de ‘Jojoy’. Los medios de comunicación tradicionales ya han sido lo suficientemente extensos en el que se considera el más duro golpe a la guerrilla de las Farc. Los canales de televisión, que detuvieron su programación habitual, y las publicaciones extraordinarias de los periódicos, ya reseñaron por demás el asesinato del obtuso Víctor Suárez.
Aunque en Colombia estamos acostumbrados a odiar y ‘putiar’ a quien no nos plazca o con quien no estemos de acuerdo, no quiero recordar más las desagradables fotos del abatido guerrillero. Sólo felicitar a quienes a riesgo de su vida le hicieron inteligencia a las acciones de ese grupo armado que permitieron darle de baja a la idea de guerra más radical en las Farc.
Con la muerte del ‘Mono Jojoy’ la guerrilla perderá ánimo, organización de guerra, importancia de sus líderes, tendrá conflictos de intereses internos y hasta quedará sin muchos de sus hombres con las masivas deserciones. Pero ahí no hay victoria. A “rey muerto, rey puesto”, es la filosofía más acorde a la realidad de una Nación de eternos conflictos como la nuestra.
Las expresiones rozagantes, sonrientes y a veces hasta inhumanas de los miembros del Estado frente al bombardeo, son válidas por lo que representa la Operación Sodoma, pero no aportan nada más que peligrosa emotividad en un país que ha creado enemigos como máxime de los problemas del país y que se siente satisfecho con los bombardeos, muertes o capturas, que a su limitado modo de ver son las que conducirán a la paz. Pero no precisamente con guerra se hace la paz.
Quizá sea repetitivo decirlo: con la baja de Escobar no murieron ni el narcotráfico, ni el conflicto en Medellín; la capital de Antioquia sigue tomada por agentes al margen de la ley desde los paramilitares de La Terraza, hasta la Oficina de Envigado. Tampoco se ha acabado la guerrilla con las bajas de otros miembros del secretariado. Su poderío disminuye, pero siguen las razones del conflicto: desesperados colombianos sin oportunidades.
Colombia ahonda en la pobreza. Once millones de pobres e indigentes son un reflejo del frágil tejido social que existe en el país que se gasta la gasolina, el despliegue humano y las bombas de 30 aviones y 27 helicópteros en eliminar al enemigo público que servirá de trofeo para justificar la guerra, pero que no logrará ni un pequeño viso de paz. ¡Qué dinero tan útil hubiera sido para otros fines!
Los analistas políticos y del conflicto hacen su célebre aparición en los medios resolviendo la misma pregunta: ¿Está cerca el fin de las Farc? y muy poco queda claro. La verdad es ésta, la guerrilla seguirá siendo parte de un país desigual y excluyente como Colombia y sin importar quién la comande o como se llame, hará carrera en el conflicto nacional, simplemente por las mínimas garantías.
Nada justifica la toma de las armas, pero sin educación, con hambre y con rencor; un menor sin futuro o uno de los dos millones de desempleados que tenemos, puede engrosar fácilmente las filas de una anacrónica guerrilla como las Farc.
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